Primero la mala: en su sensibilidad, la esperadísima Crepúsculo es más cercana a Chicas pesadas que a la versión de Drácula de Francis Ford Coppola. Ahora la buena: es menos Buffy y la historia juega más a ser una cinta conmovedora de Mandy Moore como Algo para recordar, digamos –nosotros los rucos pensemos en Amor eterno con Brooke Shields–.
Si existe otra buena noticia para alguien –además de las que recibirán realizadores y exhibidores, quienes verán inundadas las salas de cine de adolescentes y alguno que otro post– es para los psicólogos y terapeutas, pues el tema del “amor azotado” se va a poner más que de moda. Debo decir que soy aficionado al género de los vampiros y que esta crítica va en relación a la película de 120 minutos de duración, misma que estoy consciente (por mis interrogatorios a amigas fans y algunas consultas en Internet) no posee todas las escenas ni subtramas que suceden en el texto publicado.
Dicho lo anterior (y para que no me claven una estaca los puristas, o me achicharren con la luz resplandeciente de su ira), aseguro que Crepúsculo logra con creces el objetivo de atrapar la ansiedad adolescente y plasmarla en la metáfora de la joven que se enamora del chico guapo, pero misterioso, reservado, pero dominante, oscuro, pero adorable. Otro acierto de Hardwicke es que su elección de paleta de colores es contrastada, logrando una fotografía dramática y de aliento indie, extraño para una superproducción. La edición acelerada y la música del siempre elegante Cartel Burwell (Fargo), le inyectan frenesí a las escenas, respondiendo al latido de los protagonistas. Si Crepúsculo fuera un tranvía, no cabría duda que las dos fuentes de corriente se desprenden del carisma de sus protagonistas Robert Pattinson (Edward) y Kirsten Stewart (Bella). Ambos, bajo la dirección de Catherine Hardwicke (A los trece), logran captar nuestra atención y hacernos olvidar que detrás del telón hay una historia de vampiros. El problema es que el propósito del viaje prometería ser de una aventura romántica y se reduce a un enamoramiento con el único trofeo de verlos besarse.
Cuando Edward y Bella están juntos el pulso de la cinta se acelera, pero cuando apunta a los personajes secundarios el interés cae. Nunca se construye a un verdadero villano en pantalla que rete al héroe verbalmente y quiera seducirlo a su lado oscuro. Sabemos que Edward está negado a ser cazador de humanos, pues prefiere ser "vegetariano" (tomar sangre animal), pero nunca lo vemos dudar al punto del delirio.
El drama del amor adolescente, si bien podría ser de altos vuelos trágicos, pues Edward le pregunta a Bella si está dispuesto a amar a alguien que un día siguiendo sus instintos podría matarla, jamás madura más allá de este punto porque la cinta desea, al final, meternos a un combate entre los chicos buenos y los malos.
Si se estaba buscando el efecto DiCaprio/Winslet de Titanic y crear un romance que marque la historia del cine, hay que recordar que aunque esos personajes eran arquetipos del hombre con ilusiones y la mujer sin curso, el director James Cameron los supo dotar de la densidad suficiente para hacerlos creíbles y hasta cercanos. De ahí la identificación de millones con su amor truncado, que la directora Catherine Hardwicke no alcanza aquí.
Crepúsculo apuesta a quienes leyeron el libro y conocen los porqués de cada acción, sobre todo considerando que el texto está escrito en primera persona por Bella. Aquí, en la ambigüedad del cine, sin ese artificio narrativo, los personajes son de estampita y su belleza es su atractivo y condena, pues el mundo de los adultos –y el de los espectadores– quedará tan relegado para ellos como el valle de los hombres lobo, sus ancestrales enemigos.